¿Acaso un desierto es algo que se puede conquistar? El desierto es un pasaje, un camino que se abre a todos los caminos posibles, un tránsito. En el desierto no se puede vivir, ni permanecer demasiado tiempo. La conquista del desierto es la crónica de una separación. Ese territorio gomoso en el que se superponen las imágenes de lo que nos hemos cargado; la belleza y fragilidad de una cosmogonía perdida, lo que crecía, pero se detuvo. En medio del desierto todos los procesos son lentos, un día a la vez. No se sabe si se avanza o retrocede, el tiempo se suspende. En el desierto todo es nuevo, no hay certezas, ni referencias reconocibles: “Ya no hay pasado al que regresar”. No es casual que el libro lleve el nombre de la campaña militar que ejecutó el mayor exterminio de pueblos originarios de nuestro país; a lo largo de esta propuesta, Lezcano trata de restaurar una identidad herida de muerte, de rebobinar la historia y reparar esos puentes dinamitados entre lo que era y ya no es. Un camino del héroe roto que, a punta de cerveza y punk rock, hace de los enemigos sus maestros y del duelo, un nuevo libro de poemas. Y aunque el yo lírico nos jure que no quiere aprender nada, La conquista del desierto se puede leer como un libro de aprendizaje emocional que nos conduce desde esa lava inicial que corroe todo lo que toca hasta la danza de cuerpos y planetas que se entrelazan en misteriosas órbitas; porque como bien sabemos sus lectorxs, esa franja radiactiva que hace del fracaso y la derrota un punto de partida, es una calle que Lezcano recorre bailando.
Celeste Diéguez
