Bailar es revolución en la era del mal
Esteban Castromán
Todo indica que conocí a Esteban Castromán en el momento que finaliza este nuevo muestrario de su explosivo flow: el ex alumno de colegio industrial, denostado por su ineptitud técnica, desterrado de la comunidad estudiantil por su eclecticismo musical aunque amparado en su armadura “invisible de diversidad zoocultural”: la remera negra de mangas largas de Einstürzende Neubauten. Él, alumno de CBC; yo, profesor de Semiología. Él, narrador de historias furibundas; yo, coordinador de taller de escritura. Han pasado muchos años, pero la fascinación por el vértigo continúa. Y como todo mago sabio, sus trucos se han ido puliendo con tal magnitud que ha hecho que los signos de turbulencia allá a lo lejos, se vean en primera instancia como un fenómeno de una belleza inaudita. La magia y la cadencia de los poemas de Bailar es revolución en la era del mal remiten mucho a ese Esteban Castromán ilusionista, dueño de un imaginario donde ni género ni tradición literarios logran contenerlo o limitarlo. EC los estruja línea a línea con una singularidad narcótica. Hablando de imaginario, ¿tendría que demorarme en nombrar a William Burroughs + John Carpenter + Heidi de ácido + Public Enemy + “De nada sirve” + New Order como marcas a flor de piel de sus referencias? “No sigo el camino de los antiguos, busco lo que ellos buscaron”, escribió el tutor del haiku, el japonés Matsúo Basho (1644-1694). En Bailar es… no hay cóctel, sino más bien molotov. El mismo que nos estalla página tras página de esta hipnótica como frenética travesía por barras de bar, pistas de discoteca, salas de aeropuerto, aulas escolares, ciudades de Latinoamérica, filas de banco, meandros neuronales. EC nos seduce otra vez más con sus cantos de sirena tecno.
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